El tramo final del primer acto fue domando al Sevilla, que cedió un poco de terreno a los catalanes. Lo mejor, de todas maneras, era que no se perdía el orden y el criterio, a pesar de que la presión de los locales había aumentado ya un grado de intensidad. Eso era lo esperanzador, la solvencia con la que los hispalenses resolvían todas las situaciones del juego. Aunque, obviamente, sin gol no había nada. Llegaba el descanso. Quedaban 45 minutos por delante y la sensación de que a poco de que el Sevilla profundizara en sus envestidas podía hacer la machada.
Claro que el fútbol se rige por el momento, todo es efímero y de partidos volubles hay ejemplos a granel. Pero no, el Sevilla era consciente de lo necesario del tanto y salió con la misma actitud que en el primer periodo. Jesús Navas de seco disparo ponía a prueba a Valdés y las peligrosas contras nervionenses a una defensa blaugrana que salvaba los mubles en últimos pases más que comprometedores. En cambio, tras esos primeros compases de dientes, el Barça se echó arriba. Rijkaard movió el banco sacando a Bojan y Deco y a los locales se les veía con mucha más fuerza. Jiménez intentaba contrarrestar la situación sacando a Kerzakhov y Duda por Luis Fabiano y Chevantón, pero la realidad era que el progreso de minutos no invitaba al optimismo porque los andaluces habían perdido la determinación y el dominio del primer acto y comienzo del segundo.
El cronómetro jugaba en contra. El juego duro del Barça sólo era reprimido tímidamente por Pérez Burrull y así todo era más difícil, aunque con eso siempre se cuenta. A diez del final Jiménez quemaba su último cartucho, sacando a Alfaro por Capel y Daniel estrellaba una falta en el larguero. Había que darlo todo pero no era fácil. El Barça se había convertido en el dueño del cuero y lo administraba a su conveniencia dejando correr el tiempo. La cosa se ponía fea y los silbatos no paraban de frenar, la empresa se antojaba prácticamente imposible y sólo un milagro podía dar el pase. El Sevilla lo daba todo mientras que los catalanes contenían el ímpetu visitante con faltas, practicando el otro fútbol, ese que muchos denostan pero al final todos abrazan. Llegaba el descuento y los recuerdos del partido de ida, de las ocasiones que se fueron, de esa superioridad que no se pudo plasmar en el marcador. El campeón murió en la Copa como tal, buscando una suerte que en toda la eliminatoria le dio.
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